Relámpagos de liberta I
abril, mayo y diciembre de 1944
En la historia salvadoreña del siglo XX consideramos que no existe un año tan especial, tan memorable, como el de 1944. En efecto, en el corto lapso de nueve meses tuvieron lugar cuatro acontecimientos muy destacados, así: Golpe de Estado en abril.
Huelga general en mayo.
Golpe de Estado en octubre.
Invasión de salvadoreños a Ahuachapán, proveniente de Guatemala, en
diciembre. Con fecha 2 de abril se inició la rebelión cívico—militar contra el régimen dictatorial del entonces presidente de la República, general Maximiliano Hernández Martínez. Ha sido el único golpe de Estado que se ha realizado con la destacada participación de elementos civiles y militares, tanto en la fase conspirativa, como en la ejecutiva. El Ejército respondió a los anhelos del pueblo en contra de la dictadura martinista, y aunque no participó en el movimiento en su totalidad, esto se debió a que
por la naturaleza misma de la conspiración y la estrecha vigilancia policial establecida por el Gobierno, la participación en dicho movimiento tenía que ser selectiva. Después del fracaso de la rebelión en su intento inicial, el levantamiento militar del 2 de abril demostró que la tiranía martinista no tenía solidez ni unidad granítica, como tanto se alardeaba, sino por el contrario, presentaba grandes grietas por las cuales podía operarse un cambio de tan opresiva situación. Los fusilamientos realizados por la dictadura no lograron amilanar a la oposición, en particular, ni al
pueblo salvadoreño, en general. Y aquí es precisamente cuando se produce uno de los encuentros más hermosos del Ejército con su pueblo, pues este, cuando ya el movimiento militar estaba malogrado y se producían los fusilamientos de los oficiales participantes en la sublevación, se prepara en forma rápida para declarar la gran huelga
política, logrando por este medio el derrocamiento del dictador y evitando que los pelotones de fusilamiento continuaran segando más vidas.
La huelga general tiene su momento culminante el 9 de mayo, cuando proclama su triunfo al obligar al general Hernández Martínez a que abandonara el poder. El pueblo jubiloso ejerció por fin su soberanía y se enteró en quién verdaderamente radicaba. Fue un verdadero despertar a la libertad y a la democracia de un pueblo que había estado aherrojado durante largos trece años y que de pronto tomaba conciencia
de que, organizándose en actitud combativa, podía fortalecerse cada vez más hasta derrotar por completo a las fuerzas reaccionarias.
Por lo tanto, no era de extrañarse que la oligarquía terrateniente y exportadora, la vieja y alta burocracia, los antiguos cuadros del Ejército tradicional —no de escuela— y la Iglesia católica, se pusieran abierta o encubiertamente en contra del proceso de cambios que pretendía realizar el pueblo. Se inició entonces la contraofensiva reaccionaria. El púlpito se convirtió en tribuna política desde la cual se prevenía contra
«el peligro rojo». Los altos mandos del Ejército se pronunciaron a favor de la campaña anticomunista que propugnaba el orden público, basado en el silencio del pueblo y de abstenerse de manifestaciones y planteamientos que tendieran a la solución de sus apremiantes necesidades y propiciar el desarrollo del país. Los grandes cafetaleros con su Partido Agrario financiaron esta campaña y oficializaron la candidatura del general
Salvador Castaneda Castro.