Sepulcro de la tierra
Sepulcro de la tierra es un libro de poesía en verso libre, constituido
por un prólogo escrito por el escritor de origen costarricense Melvyn Aguilar;
y ciento cuarenta y un poemas, distribuidos en ciento setenta y cuatro páginas,
incluidas ocho de cortesía, editado bajo el sello editorial Teseo Ediciones e
impresión a cargo de Imprenta y offset Ricaldone, en la ciudad de Santa Tecla,
la Libertad, El Salvador, marzo de 2021. La pintura de la carátula es una
acuarela del pintor ruso Alexander Zavarin.
En Sepulcro de la Tierra encontramos condensados todos los recursos
acostumbrados por el poeta, –no podría ser de otra forma–, pues hablamos de
un autor que ha llegado al afianzamiento de su estilística, a la consolidación
semántica y arquitectónica de sus procedimientos composicionales que
constituyen su vigente y particular voz poética. Su acervo instrumental y el
domino del mismo lo posibilita, sin duda alguna, a desplegar su inventiva, su
imaginación y a soltar las rienda de sus obsesivas búsquedas. Bastará con
sumergirse en los diversos tópicos abordados por el poeta en propuestas como “Cuervos Imposible”, “Vacio habitado” o “Ecología del manicomio” para entender lo que he denominado como pensamiento flexible. Pero, ¿qué es lo que busca el poeta en Sepulcro de la Tierra?, y más importante aún, ¿cuáles son sus hallazgos? Esto necesariamente será algo que cada lector descifrará enfrentándose a la lectura de esta colección de 141 artefactos. Sepulcro de la Tierra es un canto que alude al desencanto. Hay entre su líneas desesperanza y aturdimiento, cansancio y hastío, dolor por los síntomas de la vida en descomposición, desilusión de país, impotencia y desesperanza. Sepulcro de la Tierra es una propuesta pesimista, sí, pero quizás no del todo desesperanzadora. En lo particular, parto de que cuando hablamos de poesía, hablamos de mensajes cognitivos. Lo que nos lleva a profundizar en procesos mentales –lenguaje / percepción / memoria–. El acercamiento semiótico de lo
funerario obliga a situarse en la necrópolis –cuidad de muertos- país como monumento fúnebre. El poeta ve, siente, formula y grita ante lo que ve. Cuando una sociedad no arregla sus problemas, los problemas no se arreglan. Distorsionado a Rozitchner diríamos que cuando la sociedad no sabe qué hacer, la poesía se manifiesta y crea. André Cruchaga es un pensador de la muerte. Pienso entonces en Heidegger, pienso en los versos de Hölderlin que su hijo pronunciara sobre su tumba.
En él, el autor aborda diversos tópicos de la existencia humana haciendo
uso de una estética propia del superrealismo. Es, asimismo, poesía distópica y escéptica en cuanto a su temporalidad y contenido, además de los diferentes matices circulares y metafóricos en los que navega el poeta. Escrito en 2017. Este texto «facilita una gestión diferente de la percepción del mundo y eso, en sí mismo, transgrede el ámbito poético». André Cruchaga es una de las voces líricas más importantes del actual panorama literario en Hispanoamérica.