El espejo hechizado
Juntos, estos 40 poemas breves son el testimonio del inicio, el transcurso y el final de la intensa relación amorosa que tuve con una artista visual, antes de que ella siguiera su propio trayecto de exilio y retorno.
“El conjuro”, centrado en la figura de Shahrazad, lo escribí inspirado en el recuerdo de una visión para mí inmortal: la del cuerpo marfilado y sensual de mi amante mientras leía un libro, desnuda entre las dunas iluminadas y los pliegues de sombra de las sábanas.
Ninguna pasión ocurre en vano, pero cuando llega a su final sus dolorosas lecciones no llegan solas: son obra de la reflexión y la voluntad. Decidir que no debería haber rencor donde sólo hubo amor fue la primera lección asumida. La segunda es la que nos enseña el arte de la poesía y que nos permite seguir adelante: el único oficio de la belleza es su esplendor. Los poetas no poseemos la belleza, sólo somos los cantores peregrinos que damos fe de que ella existe y arde eterna
entre los versos. Tengo la convicción de que la belleza en la poesía es una verdad que nos enseña el valor de la vida. En ella, aún el más humilde y breve de los amores irradia su fuerza hasta las postrimerías evanescentes de la memoria, esa delgada luz en el horizonte de la nada.
Eso es todo. Aparte de la poesía, lo demás carece de importancia.