Reseña

Caminamos como peregrinos hacia nuestro destino. La senda suele ser ardua e incierta. En ocaciones parece cerrarse ante nuestros ojos, pareciendo como si el sol se apagará en pleno medio día. Aquellos que caminan junto a nosotros, no siempre nos sostienen, al contario, a
veces, cuando te observan de pie a la orilla del abismo, en lugar de tenderte una mano, te empujan para que caigas al precipicio.
En ese momento, cuando tropiezas con la realidad y te sientes sin fuerzas y sin rumbo, y aquellos en quienes confiabas se ausentan, te preguntas, ¿hacia dónde seguir? ¿Dónde encontrar fuerzas? ¿Existe acaso una luz al final del túnel? Muchos ante este sin sentido de la
vida, se refugian en vicios, en máscaras, en teatros. Pero al fin al cabo, volverán a sentirse igual y nuevamente deberán ascender la senda del dolor y el sufrimiento. Cuando yo abracé el dolor de esta realidad, que disfraza de buenos modales, de cortesía, de “respeto”, la imposibilidad de presentarnos tal y como somos y que obliga a usar máscaras en
todos sus escenarios, haciendo de la vida de la mayoría de la humanidad, una verdadera actuación, me resistí a ser parte del show que busca complacer a las masas, y decidí vivir de pie. Desde ese entonces he sido objeto de incomprensión, de indiferencia, inclusive de
exclusión y motivo de burla. Sin embargo, Jesús de Nazareth ya pasó por esto, por tal razón, decidí poner mis pies en las huellas de Cristo, así, cuando las huellas están llenas de dolor, de sufrimiento, de lágrimas, de sangre, continúo de pie, bajo la confianza que ahí han estado los
sagrados pies de mi maestro. Y cuando el amor necesita expresarse, para manifestar la belleza de su creador, toma papel y pluma y sumergido en las maravillas de las letras, revela su algarabía con narraciones y poesías. El camino que abracé en ocasiones se llena de cardos y espínas, inspirado por el Espíritu que es amor y vida, los transformo en versos en unas cuantas estrofías. Es por eso que
cada poema tiene algo mío, algo tuyo y algo de aquel a quién conoceré en un futuro, pues en el mundo del arte toda la historia se funde en un instante. Esta obra poética es una realidad gracias a mi familia Montoya Serrano, quienes me mostraron que lo más sagrado de una persona puede compartirse como miel que destila de un panal, mediante unos versos nacidos del manantial interior. Agradezco profundamente, por
tanto, a mi familia, en especial a mis padres y a Vicente Montoya quien hizo posible con su pesía la segunda parte de esta obra. Extiendo mis agradecimientos a la familia Salinas González quienes son para mí un apoyo incondicional, y en quienes he descubierto que los hermanos no solon solo los que recibimos por sangre, sino, aquellos que se unen íntimamente en el amor que salta del espacio-temporal hacia la eternidad. Por último, agradezco a la Orden de Hermanos Menores en la Provincia Franciscana Nuestra Señora de Guadalupe, en Centroamérica, Panamá y la Fundación la “Santa Cruz”, en Haití, quienes me mostraron con su testimonio de vida que el seguimiento de Jesús se hace
desde la humildad, desde el amor, desde la minoridad y que los más importante son los momentos que compartimos con nuestro hermano Jesús y con nuestros hermanos y hermanas en la lógica de la fraternidad universal de Francisco de Asís. Al final triunfará el amor…