El barco en la botella
El barco en la botella
Ese es un buen cuento: el que atrapa al lector del cuello y no lo suelta hasta que le pertenece como presa. Cuando un escritor acepta la herencia milenaria de los narradores, su porción de polvo de estrellas, y la une al hambre del tigre y su eficacia para cazar, engrosa filas con los magníficos cuentistas de todos los tiempos; porque narrar una historia cualquiera podría, pero narrar una historia que sea como un zarpazo, eso sólo lo hace quien ha depurado las ideas, las emociones y las palabras, ya que el cuento es esencia. Esta esencia se reconoce, se huele y se saborea en El barco en la botella, de Alexander Hernández.Por encima de los recuerdos de estilos y temáticas hay un ritmo propio, una voz propia. Por encima de lo que se ve, se huele o se sienta, está lo que se escucha: la voz particular de cada cuento, que es la voz única de su creador. Esa voz que hace de cada historia una luz poderosa en la oscuridad de lo cotidiano. Alexander viene entonces a engrosar las filas de los tigres que, agazapados, esperan al lector en las esquinas del misterio. Como poeta ha tocado los corazones y hoy, como cuentista, los devora. Además, se da el lujo, de manera intencional o inocente, de desperdigar sus historias a lo largo de las páginas, de tal modo que no tiene valor la cronología, los lugares ni las gentes, sino las historias. Mismas que nos dejan por momentos sabores agridulces y más dudas que respuestas; historias que no tienen una tan sola migaja de pretensión barroca, sino que marcan su frente con la profunda sencillez de decir lo que se debe decir y no más... historias que coquetean con el cuento hiperbreve y con el relato. Si se atreve a tomar entre sus manos este barco en la botella, hágalo con la
misma sencillez y limpieza con que está escrito, sin esperar obligadas escenas coloquiales o topográficas autóctonas (que muchos esperan al leer escritores nacionales), hágalo esperando la universalidad de las buenas historias. Hágalo sin miedo, en caso contrario, correrá el riesgo de que se quiebre en sus manos. Alexander Hernández nos espera con su voz narrativa detrás de cada página. Hoy está sentado frente a la fogata milenaria de la narración, ha aceptado la herencia ancestral y tiene ya su bolsa llena de polvo de estrellas. Es su turno para contar y es nuestro
turno para escuchar y deslumbrarnos. Nos espera una suspenso y la luz
removerán nuestros corazones con las sacudidas necesarias para que ya no vuelvan a ser los mismos. Y cuidado, mucho cuidado, porque si se fija bien, entre las sombras de la noche y los destellos de la fogata, hay un tigre echado a los pies de este narrador.