Lo que el tiempo me dejó
[novela]
La diversión principal del abuelo Máximo era sentarse en una de las gradas del portal, aquel portal más alto de todos, el que quedaba frente al Parque Central del pueblo, como todos nombrábamos al lugar, y
no por su nombre, Ilobasco; único parque en aquel tiempo, un parque lleno de sol, de ese inclemente y pegajoso verano, parque de senderos de cemento con ramas de árboles esqueléticos aquí y allá. Le gustaba quedarse observando y escuchando las leperadas de los lustradores y los gritos de aquellos borrachos tirados sobre el anden, cagados y orinados, como haciendole escolta a una de las tres cantinas de la esquina del parque, precisamente en aquel terreno valdío frente a la casona de esquina de los Pereira, donde luego construirían la oficina de Antel. De allí, el abuelo podía ver entrar y salir a los caminantes oriundos de los cantones cercanos y lejanos del municipio.