Reseña

Me llamo Anita y ésta no es mi historia. Es la historia de mi hermana Sandra, a la que muchos llamaban Sandy. La mayor, la fuerte, la guerrera, la brillante, la quebrada de la espalda. Fue bautizada Sandra Jeannette Ables Benítez. Su apellido de casada primero fue Title, y luego Kondrick, y para su carrera literaria, adoptó el seudónimo de Sandra Benítez, apellido de nuestra madre. Ella quiso escribir una novela que nunca comenzó. La pensó con un loro que hablaba, que escuchaba, y que sabía más de los humanos que los humanos mismos. La imaginó como una forma de expiar culpas, de redimirse, de reírse de la vida, y también de llorarla con dignidad. Esta historia, o novela, debería ser su sexta. Tenía como título “Sócrates”, un protagonista inusual, un loro filósofo que hablaba como si supiera más de lo que oía. Tristemente se le quedó en el pensamiento e ilusión, porque la demencia llegó antes que las palabras. Ella murió sin poder escribirla. La muerte le borró las palabras y los hilos que ya ataban su historia. Mi hermana Sandra fue muchas cosas: hija, hermana, esposa, madre, escritora y doctora en literatura. Pero era una mujer marcada por pérdidas. Yo, como su hermana menor, como su testigo silencioso, decidí escribirla por ella. Esta historia se llama Sócrates, como ella quiso llamarla; no como ella la hubiera escrito, porque nadie escribe como Sandra Benítez, mi hermana y escritora, sino como yo la sentí en su alma cuando ella ya no pudo hacerla. Es un homenaje, un acto de amor, un tributo, apenas un intento en su honor.
He tratado de reconstruir, con mis palabras, lo que ella quiso escribir.
Esta es una historia ficticia. Es una novela tejida con los restos del alma de Sandra, y por lo que quedó disfrazado en sus cinco novelas anteriores, en sus palabras, y en sus personajes. Nadie espera que un loro hable, mucho menos, que piense. Pero en Ahuachapán, en una casa llamada Los Sueños, donde los libros huelen a tiempo detenido, y las voces humanas recuerdan historias y secretos, vive un loro, que escucha más allá de las palabras. Se llama Sócrates. El loro fue criado, y enseñado, por una vidente, que le enseñó, no solo a hablar, sino a mirar con profundidad, a callar con sentido, y a pensar con compasión.
Vino a vivir entre las paredes donde quedan los recuerdos, para que los acogiera una mujer llamada Sandra, la escritora, la gemela, la que buscaba respuestas, la que le devolvió sus alas.