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ISBN 978-99961-360-0-9

Al director no le gustan los cadáveres

Editorial:Falena Editores
Materia:Novelística salvadoreña
Clasificación:Crimen y misterio: novela negra
Público objetivo:Jóvenes adultos
Publicado:2020-08-29
Número de edición:1
Número de páginas:156
Tamaño:12x19cm.
Precio:$7
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso

Reseña

Al director no le gustan los cadáveres

Con variaciones y matices, la muerte es el centro de gravitación de las novelas de Rafael Menjívar Ochoa, referente ineludible del género negro en la región centroamericana en años recientes.
Intrigas de traición, círculos de mafia en la policía y el poder, matones a sueldo, políticos corruptos, psicologías patológicas: estas situaciones pertenecen al cuadro social típico de un país que se vuelve representativo del resto, por alusión expresa o implícita a guerras civiles, dictaduras y posguerras enfermizas. Los personajes que se repiten en sus novelas y relatos –identificados únicamente como el Ronco, el Perro, el Viejo, el Coronel, el Ciego, el Comandante, por mencionar algunos‒ aparecen en diversas historias entrecruzadas desde diferentes enfoques narrativos para conocer algo de los hechos o una perspectiva de los mismos, donde la muerte se encuentra siempre a punto de tiro para aniquilar las vidas de esta gente de consciencia precaria.
Con la publicación de Al director no le gustan los cadáveres, que se suma a Los años marchitos, Los héroes tienen sueño, De vez en cuando la muerte, Cualquier forma de morir, en las que se encuentran personajes y tópicos comunes del género negro, se contribuye al conocimiento de una
obra que, pese a no encontrarse accesible, se ha publicado en países como México, Guatemala y Francia. Tierry Davo, traductor de casi toda la obra de Rafael Menjívar Ochoa al francés, ha dicho que leer una novela es mirar el mundo de esos personajes solo desde un punto y que es necesario acercarse a las otras para comprender otra parte de la historia. Estas novelas, al complementarse entre sí, conforman en su totalidad un corpus novelístico de gran factura en el que abundan atmósferas asfixiantes y personajes desarraigados, montados en una estructura narrativa ágil ‒con recursos mínimos pero eficaces‒ que, en ciertos pasajes, por su disposición visual y su manera de enganchar al lector, muchas veces, evoca el modo con el que las cosas suceden en el cine.
Limpias, directas, sus novelas son pequeñas maquinarias de contundencia y perfección.
Los personajes tragicómicos y duros de ese mundo fracturado parecen colgados fatalmente de un hilo o tener destinada una bala con su nombre, o simplemente se juegan una broma suicidándose a la manera de un guiño. Así de pulcros, como la muerte. Por ello, creemos válido
recurrir a las reflexiones mismas del escritor en su blog “Tribulaciones y Asteriscos”: «Gran literatura, pequeña literatura: quizá la idea del tamaño de la literatura tenga que ver con cómo se considere a la muerte». Creemos que con esta idea hacía referencia a que el género negro o policial siempre había sido considerado con sospecha: por aquello de la entretención, de ser para las masas («Qué fácil se muere y se mata a la gente en los libros clase b»); pero Menjívar Ochoa planteaba y dilucidaba bien sus argumentos: «La diferencia entre la “gran literatura” y la “pequeña literatura”, en ese aspecto, es que la muerte se produce de cierto modo, de manera usualmente más llana y sin demasiados existencialismos». La ominosa realidad de los países latinoamericanos
siempre rebasa la ficción más desaforada; el punto es cómo hacer que se muevan (o mueran) en ella esos personajes. Nada más ilustrativo que las palabras de un escritor tan consciente del dominio de la técnica y del oficio: «la realidad es demasiado increíble en ocasiones para meterla
dentro de la ficción. Matar a alguien en una novela no es cualquier cosa; no se trata de poner al bueno, al malo, al testigo, jalar el gatillo y listo. Es necesario que sea orgánico, así se trate de la más barata de las novelas baratas.»

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