Reseña

Los procesos en los que se construyeron simbólica-práxicamente las naciones son importantes para poder entender muchos de sus dinamismos. Esto nos indica que las naciones, como es sabido, no son solamente entidades estatales ligadas a un determinado territorio, lo cual es, indudablemente, una condición de posibilidad para que haya nación. Pero para que esa estructura política y territorial sea viable como nación, es importante antes una armazón ideológica y cultural, de tal manera que las personas que ahí habiten se identifiquen a sí mismas como integrantes de una nacionalidad. Tal autoidentificación requiere necesariamente de la relación con la alteridad. Ello explica que los discursos nacionalistas, de forma explícita o implícita, estén anclados en la construcción de un Otro, que generalmente es visto como una
amenaza, o como un ente inferior que sirve para poner en relieve la propia superioridad que se le atribuye a una nacionalidad. Esto último podría ser más aplicable a la construcción de un “espíritu nacional”
de naciones en expansión imperialista. No obstante, también aparece en países colonizados. En estos últimos, sobre todo en los latinoamericanos, la construcción de la nación ha sido un proceso traumático, ligado indisolublemente a la “herida colonial”, y que no está exento de contradicciones que a veces podrían rayar en la disociación. Esto se encuentra planteado de forma muy vivaz en el clásico La patria del criollo, de Severo Martínez Peláez. El “criollismo”, que arrastra la ideología de la “pureza de sangre” y la “blancura”, da pie a una construcción de la nacionalidad sumamente conflictiva. En América Central, un momento clave de dicha construcción lo constituye el período del liberalismo decimonónico. El autor de este libro, el académico salvadoreño Luis Tobar, señala cómo en nuestros países, junto a las dinámicas del capitalismo global que orientaron tanto las
economías como las identidades nacionales centroamericanas al monocultivismo agroexportador, la literatura ha jugado un papel importante. Esta, dado su carácter simbólico, permite construir la realidad, no solamente decirla, sino también perfilar cómo debería ser. El elemento letrado destaca, por ejemplo, en el auge de las
publicaciones periódicas, tal como señala el autor. La “ciudad letrada”, en Costa Rica y El Salvador, fue elitista desde su cuna: “Los inicios de la producción literaria en Costa Rica, El Salvador y Centroamérica de manera general, comienzan casi bajo las mismas características en la que el factor político tiene un peso importante. Ambas surgen en
círculos de intelectuales ligados a los procesos de independencia, cuya formación les permitía ser la clase más adelantada de la sociedad y por lo cual se les denominó letrados”; es decir: esta república letrada está ligada a la patria criolla, que es elitista y racista, delimitando los campos entre esa élite racial y cultural y los grupos subalternos -las “castas” de la colonia.